Nocturna idealización
¡Que increíble! Te vi y me enamoré; jamás me ocurrió; fue un amor que se coló por los ojos y de modo automático ingresó al alma; fue como una cachetada pedida o un vaso de agua fría si me encuentro durmiendo.
Básicamente, estaba flotando en el cemento nocturno, liberando endorfinas de tanta danza musical y casi por milagro al tornarme te vi allí. Te encontrabas solitario, presente y ausente, mirada extraviada, piel blanca como la nieve del sur, serio y sonriente, exhausto y enérgico; buscando algo y quizás nada.
Al comienzo temí; tal vez rechazarías mi oferta: la de hacerte compañía, la de compartir por tan solo un instante el estar a tu lado; sin embargo arriesgué, ¿Que perdería? Tal vez mi orgullo (si me dejaba llevar y no pensaba en los pros y contras de la cuestión).
De modo sincrónico, una buena amiga me impulsó, me incitó a que me acercara y asi tomé la decisión: di media vuelta y ya eras mi presa, conversaríamos sin parar.
Los minutos se mudaron, los discos musicales saturaron el salón y las luces amarillentas indicadores de la culminación nocturna se prendieron violentamente.
Me pregunté: ¿Y ahora? ¿Cómo me escapo?¿Como huyo? Si la luz remata la fantasía, desvanece el engaño, derrite el antifaz. A pesar de eso, opté por un sencillo: "No importa"; al ver tu sonrisa honesta supe que estaba acreditada en aquella prueba del encuentro.
Simultáneamente, no había tiempo, los rayos dorados se proyectarían por el horizonte en cualquier instante.
Para mi sorpresa, la plaza fue el fantástico panorama para concretar lo pendiente: caminamos infinitamente; quemamos los instantes porque en definitiva, éramos dos perfectos desconocidos; me mirabas con intensidad y afirmabas que era linda, que tenía una mirada honesta, de buena persona y yo asentía con una pizca de timidez e inseguridad; me tratabas como si fuera frágil, de cristal, única y especial; lo particular era, que no sabía como responder o reaccionar (no lo tengo programado en la costumbre).
Decidimos sentarnos, fluir o al menos intentarlo; entre palabras cortadas y suaves reflexiones, bostezos que indicaban el peso de salir hasta el amanecer, risas somnolientas y cosquilleo estomacal, el viento sopló con ferocidad y tu abrazo intenso me tranquilizó; me contuvo como si nada ni nadie pudiera romper aquello; me besaste y fue la ambrosía, la felicidad condensada.
Después de aquella noche idealizada, dormir fue inútil; mis pensamientos balbuceaban en mi conciencia y mi piel seguía electrizada como si todavía persistieras abrazándome en la intemperie de la rambla.
El tiempo siguió floreciendo viciosamente, las semanas galoparon y no te volví a localizar, pero inesperadamente una noche de rocío, ausencias y silencio emocional, regresaste y eso merece una descripción con detalle en otra oportunidad...