Arranca el viernes, temprano a la mañana; las inevitables ganas de continuar abrazada al colchón son increibles, pero el reloj invita a despegarse de la base para empezar el nuevo día.
Entre lamentos y quejas, la rutina se inicia: ir al baño, un sorbo de café de por medio, selección de vestimenta que refleje buen gusto y finalmente viajar en el auto de papá hasta la parada de subte para llegar a la universidad.
La clase siempre similar: escuchar atentamente, tomar apuntes y recordarle al Super Yo que si no prestamos atención nos vamos a chocar con una calificación mediocre; todo se torna denso pero a la vez placentero; los ojos se entrecierran notificando que desean dejarse llevar por una telaraña de sueños y placidez.
Simultáneamente, si bien el día ataca como siempre, el viernes es distinto y anhelado; el aire es mas flojo, mas desestructurado, mas fiestero, porque a la noche el club de las neuróticas se junta como de costumbre.
No existe un viernes el cual los asientos de Baez 325 no se llenen de seis mujeres distinguidas, feministas y con una potente dosis de locura y labia. Podría decirse que vale la pena describirlas: al observarlas, la primera impresión es casi una experiencia religiosa; es imposible no dejarte llevar por sus conductas tántricas; también podés asustarte y experimentar una circunstancia un tanto traumática.
La seducción que despliegan estas mujeres en los suelos del bar es fantástica y poco real. Por un lado, se encuentra una rubia con peinado rockabilly, cabello crespo y desarreglado, siempre con la simpatía pintada en su sonrisa. Paralelamente, una colorada excéntrica, de firme postura, y con una ira camuflada como volcán casi en erupción. Por otro lado una morocha de enormes ojos cristalinos, con el glamour impregnado en sus venas, que deja boquiabierto a mas de unos cuantos. También se encuentra, otra rubia, de infinitas piernas; caracterizada por su presencia y buen gusto al vestir; silenciosa pero viva a la hora de responder frente a las demandas que exige la noche; si seguimos observando nos chocamos con la aniñada y simpática Jojen: titulada así debido al poderoso fuego interior que se le acrecienta cuando detecta al sexo opuesto. Finalmente el titulado Chopo, rockera y no tan rockera, que le importa poco y nada de su alrededor; que se lleva el mundo por delante; indiferente, pero con una intensa fragilidad en su interior.
No es necesario llamarlas por su nombre, cada una es tan única y especial que se las identifica con marcada facilidad. Vale recalcar que si bien son tan particulares, hay un elemento, un factor que las une y que, de manera inconsciente, las incita a juntarse viernes tras viernes en aquel bar.
Sus charlas son largas, a veces un tanto pesadas; los temas tratados son interesantes pero reiterativos; se vuelve una droga hablar de chismes o de como estuvo la semana. Sin embargo el tema central son los hombres. Éste es tratado por cada una de manera opuesta y contradictoria; pero si hay algo en lo que coinciden las neuróticas es que en definitiva son todos iguales: basuras, desconsiderados y androcéntricos; básicamente, es el típico debate; el elixir de la noche.
Se podría afirmar, que la rubia rockabilly muestra ocasionalmente un lado machista: los defiende, siempre cree entenderlos y quizás te dice con total convicción que "no son todos iguales es cuestión de encontrar a ese especial", típico de una mente idealista y soñadora; ella sostiene que existe el príncipe azul y que llega cuando debe serlo. A pesar de su volátil teoría, vive lamentándose sol y luna por no tener a "ese alguien" y se culpa a ella misma de su desgracia.
Contrariamente, la colorada excéntrica posee una postura firme y dura , si la ves y escuchás, das por sentado que posee un título de abogada; pero no! es tan solo una mujer de ideales y códigos. Ella apoya la teoría de que absolutamente todos pero todos los hombres son iguales: porquerías, inferiores, básicos. La colorada tiene una orientación feminista y todas las neuróticas la escuchamos siempre con suma atención como si fuera un best seller de autoayuda.
La agraciada y payasesca Jojen, no emplea ni un segundo de su vida en analizar esa cuestión; a ella le gusta el macho que la domine, que la proteja y que le brinde las indicaciones sobre la conducta que debe adoptar frente a la vida. En contraposición, la joven desearía poder alquilar a la especie masculina por temporadas: a veces lo desea a grado pleno mientras que en otros momentos solo anhela fiesta y desapego, libertad y el juego de la inocencia.
Por su parte, el Chopo, es rara, por momentos piensa algo pero realmente nunca vas a saber que quiere o que espera del otro; tampoco le interesa; prefiere comerse una bandeja de sushi mirando televisión en su casa a ponerse a reflexionar sobre el tema.
También nos encontramos con la morocha de ojos cristalinos, realista y centrada, sencilla; solo quiere hallar una pareja estable y que esté a a la altura de sus zapatos; necesita alguien que avance a su ritmo, serio y maduro.
Finalmente la rubia de infinitas piernas que ya está en pareja y prefiere ser sutil en el tema. De ella, se puede percibir, que detrás de su aclamada belleza, se esconde una timidez compleja y retorcida: por momentos está a punto de salir del cascarón pero algo la detiene; en definitiva un rompecabezas interminable.
Entre shots de tequilas, champagne de por medio (cuando reprimimos la ratita interior) y el clásico Red Bull con vodka, se comienza a relajar la lengua, las risas se intensifican y los ojos se desorbitan poco a poco. La conducta de las neuróticas, suele alterarse bastante: algunas se dejan llevar por su libido e instinto y al ver un macho frente a sus ojos se colocan el antifaz de conquista y van tras ellos de manera avasallante y veloz.
Otras en cambio, la relajan más: se distienden un poco, continúan debatiendo los temas de interés y se quedan en su correspondida silla sin la necesidad de movilizarse. Algunas después de varios tragos consumidos con rapidez, empiezan a ponerse inquietas: miran el reloj una y otra vez y sus tapitas de celulares parecerían falsearse de tanto abrirse y cerrarse para recibir mensajes.
A medida que la noche avanza, algunas toman la decisión de retirarse del bar, porque se aburrieron o porque simplemente necesitan cambiar de ámbito; tal vez a romper la noche, como copa de champagne cuando cae al piso. Otras se agotan y optan por dos opciones: quedarse hasta que la luna se desvanezca o dirigirse hacia sus hogares; últimamente también se adoptó una idea innovadora: terminar en la plaza de la calle Chenaut, un clásico del verano, donde la tendencia consiste en pasarse por el kiosco a comprar cigarros y sentarse en los verdosos y gastados bancos cercanos a charlar y reflexionar; esto en ocasiones, se complementa con amoríos fugaces, robo de besos y/o encuentros inesperados.
Las neuróticas son chistosas; pasan los años y son inalterables. Se estima que desde temprana edad se juntan allí en las Cañitas; siempre las mismas; si bien cada una tiene su vida y responsabilidades no pueden evitar terminar ahí los viernes. Hay una fidelidad constante, creo que debe de ser ese bar, esa música, esa gente.
Destaquemos también, que siempre pasa algo entretenido: socializar con cualquiera que se anteponga en el camino, crear lazos afectivos en los baños, caerse por las escaleras (debido a las altas dosis de alcohol en sangre), recibir tragos gratis de machos en celo, pelear y discutir, encuentros vertiginosos, rejunte de melancolía y recuerdos, abrazos y confesiones profundas.
Si habría que otorgarle una definición al club, yo diría que somos la perfecta imperfección, la mas desagradable belleza, somos metáfora y silogismos, somos inalcanzables e incomparables, somos la soberbia sutil, somos auténticas ególatras, somos idealistas y creyentes, somos todo y nada, somos las mas conscientes neuróticas,
somos mejores amigas.