martes, 13 de julio de 2010

Y llegamos a un lugar que no pintaba ser muy tentador. Hacía frío, mucho, demasiado, tanto que mi piel amenazaba con abofetearme. 

Viajábamos cansados pero con entusiasmo; dormitando de vez en vez, chocándonos las cabezas, que bailaban al ritmo del colectivo.

Teníamos un destino, al menos yo lo tenía: llegar a la exposición de fotografía. Sin embargo el reloj nos ganó por antemano ¿Serán las horas que se escapan cuando estoy con vos? Es que pasan volando, parecieran que me juegan carrera.

¿Que me mirás? Nada.. es solo que estoy muy enamorada y no puedo dejar de mirarte... 

¡Mentira! Te estás riendo de mi, de mi cara, ¡¡no me mirás por enamorada!! 

Y yo indiferente  seguía mirándolo, ¿para que responder?  prefería, reírme cuando estaba disperso, suspirar cuando no me prestaba atención.

Y de nuevo caía; volvía a clavarle la mirada  una y otra vez, era un sinfín, un vaivén.

¿Sería para convencerme que esto era un aquí y ahora, un hoy presente?.

En aquel, espacio, cuerpo a cuerpo, rostro a rostro, sentía ese mismísimo vértigo que me chocó el primer día que salí de casa y lo vi.

Y, si bien ya habían pasado infinitos pensamientos por mi conciencia, el me insistía inútilmente con un certero pero inseguro: ¿Que mirás? Y yo con cara de basta dejame sentir esto que no ves, esta sensación que no comprendes.

Es que ya ni respondía, prefería seguir mareada, perderme con su sonrisa infantil,  su mirada nostálgica e inocente, que solo la tiene el; no hay caso, irradia algo que  me vuelve adicta, inevitablemente necesito grabarme su imagen para que me acompañe en mi travesía, para no sentirme sola cuando lo estoy.  

Él tiene eso que me falta, que me completa,  que me sostiene,  que sencillamente le da sentido a mi persona, un camino por donde seguir.

Y así me hacer sentir, en un estado de ensoñación permanente difícil de explicar, pero muy normal.